Por Tomás Barceló
Crear arte no se trata de fabricar objetos ni de exhibir destrezas, sino de transformar lo conocido en algo nuevo. La creatividad necesita tiempo, calor, equilibrio. Necesita ingredientes precisos y manos que sepan esperar.
Imagina una masa: harina, agua, un poco de sal… y levadura. La harina sola es inerte, la levadura, por sí sola, no puede nada. Pero cuando se encuentran, comienza el misterio: la levadura se alimenta de la harina, libera gases, hincha la masa. La harina, a su vez, aporta la estructura, el alimento, la textura. Ambas se necesitan, ambas se transforman.
Así es la creatividad. El mundo nos ofrece la harina: la materia prima de lo real, los recuerdos, las emociones, las preguntas. El artista es la levadura: activa, transformadora, capaz de generar algo que antes no estaba. Pero necesita una red que sostenga, una estructura que permita que el arte no se desinfle al primer contacto con el mundo. Esa red es el público.
El público no es un espectador pasivo. Es parte esencial del proceso. Es quien alimenta, interpreta y completa el gesto del creador. Como el gluten que sostiene las burbujas de aire en la masa, el público da forma, dirección y sentido a lo que el arte quiere decir. Cuando el público se implica, el arte respira. Cuando se conmueve, la obra florece. Cuando dialoga, todo cobra vida. La creatividad necesita corazones abiertos, no vacíos ni muros.
Y así como el pan caliente se parte en la mesa y se ofrece con gozo, el arte verdadero se comparte, se reparte, y alimenta algo profundo en quienes lo miran y lo hacen.
1 comentario
Great write-up, and never thought like that, but agree on the comparison. Thanks Tomás!